viernes, marzo 28, 2008

El Perseguidor de perros (parte 1)




Parte 1: El alma del perseguidor ha muerto

Sin comprender, y bajo la imperfecta racionalidad, sucumbió ante el miedo pudiendo al fin mentir frente al espejo. –Sí –respondió el perseguidor.
Esa tarde los perros aullaban al paso de las ambulancias y toda la cuidad cubierta de polvo se teñía de intolerancia. Un perro delgado y negro pasaba sigilosamente por la calle cuando su perseguidor se distrajo. Dos sucesos pasados le incomodaban y éste último le hizo mal: Violeta quería desaparecer de su mente.
El perseguidor, al ver el perro perderse entre los píxeles recién ajustados, corrió hasta la esquina de la calle donde entró en lo que creyó la salida del ciclo que llevaba surcando unos cuantos meses. Pasos adentro ya se había perdido entre pasillos elásticos que parecían modificarse ante su avance, y ahí entre un techo violeta y un piso sin fondo, Perse y Guido comenzaron la batalla.
Perse era el brazo derecho del Perseguidor, ladraba a veces muy agudo, y su cola se movía tan rápida como la difusión adrenérgica. Consejero innegable, había trazado las principales rutas de persecución, y había decidido en los momentos más difíciles. Guido nunca estuvo muy interesado en participar de los seguimientos, pues no había olvidado cuantas veces el perseguidor hizo caso omiso a sus advertencias. Guido era el brazo izquierdo del perseguidor, tenía una pata coja que le daba mucha inestabilidad, y era un hambriento por naturaleza.
Perse cruzó por una habitación, el piso sin fondo lo observaba mientras Guido con calculadora en mano increpaba su adicción a Violeta. En el centro, su gresca terminó dañando de pasada al perseguidor que cayó inconciente.
-¿Dónde estoy? -se preguntaba el perseguidor mientras en la realidad se escuchaban unos gritos.
-¡Violeta es dañina!, ¡Violeta es dañina! -exclamaba Guido.
-¿es que acaso no lo comprendes? -cuestionaba Perse. -¡Violeta está acá! -y sujetando su pecho cayó ante la nunca antes vista fuerza de Guido.

El perseguidor asustado abrió los ojos, se encontraba en su pieza, un cuchillo ensangrentado de energía fallecida colgaba de su mano izquierda. -El alma del perseguidor de perros ha muerto -se dijo a si mismo. Una vez de pie trató de hilar su sueño, frente al espejo convexo sintió temor, escuchó los tambores, y percibió una voz.
-Es mejor que Violeta desaparezca -le dijo Guido, y ante el convexo, el perseguidor le contestó.